martes, 1 de enero de 2013

33. Umberto Eco. Paseos narrativos.


Primero que nada, y luego de un cierre de año un tanto problemático, espero retomar este blog para seguir subiendo material de apoyo a una clase que no existe, aunque ahora el trabajo me pide -por fin- dedicarle sus reglamentarias 40 horas a la semana... Así que, espero ir repartiendo este material con el de mi nuevo blog de artes plásticas... Y, como ocasión amerita, dejo 2 inicios...

Amigos lectores, que este libro leéis
despojaos de toda aflicción
y al leerlo no os escandalicéis
no contiene mal ni corrupción.
Cierto que aquí poca perfección
aprenderéis, si no es en materia de reír
  Otro argumento mi corazón no puede elegir,
viendo el duelo que os mina y consume
Mejor es de risas que de lágrimas escribir,
pues es lo propio del hombre reír.
    Francois Rabelais. Gargantúa

Y como prueba de la intención de retomar esto con el mejor de los deseos, una de esas poquísimas pruebas -un tanto nostálgica- de que Dios existe esperando que se repitan todo, todo el tiempo, todos los días, con toda esa basura, que no sea sólo una metáfora, etc, etc, etc.: 




Ahora sí...

Muchos escritores, especialmente los poetas, prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de sutil frenesí o de intuición extática; experimentarían verdaderos escalofríos si tuvieran que permitir al público echar una ojeada tras el telón, para contemplar los trabajosos y vacilantes embriones de pensamientos.
Edgar Allan Poe. "Método de composición"
 
No me digan que un autor del siglo XIX no conocía la técnica cinematográfica: lo que ocurre es que los directores de cine conocen las técnicas narrativas del siglo XIX
Umberto Eco. Seis paseos narrativos.

 Como generalmente en clase de semiótica lo que vemos sobre Umberto Eco es lo básico -que si los “Apocalípticos e integrados” y que si James Bond como parte de una literatura conservadora-, dejo aquí otro lo revisado a partir de otro texto: “Seis paseos narrativos, aunque igual conviene una pequeña introducción de un autor cuyo trabajo, entre otras cosas, reconoce cierto formalismo y lingüística rusa como parte de sus influencias, buscó distanciarse -no tanto, por cierto- de propuestas como la de Roland Barthes y cuyo concepto de la obra abierta lo llevó a cierta “polémica” con Levi-Strauss (para quien algo digno de llamarse obra obliga a considerar una estructura rígida a partir de la cual toda obra se regula y "cristaliza" su interpretación). Contrario a esta idea, Eco señala que ningún contenido llega a ser definitivo: siempre interviene la capacidad de interpretación de su espectador -lector.

     Eco es entonces un autor interesado en aquellos elementos del proceso comunicativo que hacen de éste un acto pragmático donde todo emisor produce un mensaje o texto con el que intenta prever los movimientos del otro -o sea, el lector- generando con ello un modelo de dicho lector/adversario, en quien reconoce determinadas competencias -como lengua, estilo, ideología, códigos, etc.- y a partir del cual desarrolla el mayor número de hipótesis interpretativas. 

     Así, los mensajes pueden entenderse como cadenas de reglas sintácticas o artificios narrativos cuyo valor expresivo el lector se encarga de descifrar y actualizar; dicha cadena entonces nunca está terminada o explicitada al 100%: estructuralmente, su contenido y forma exigen la cooperación del lector para que éste los interprete y aclare de manera óptima.

     La propuesta de Eco ubica entonces como punto central la presencia e interacción del lector durante el acto pragmático de interpretación, mismo en el que ensaya diversas inferencias o estrategias discursivas, volviendo así a la lectura un proceso abierto que llega incluso a rebasar la propuesta previamente trazada por el autor y con ello marca un recorrido distinto, de nuevos desciframientos. 


     Aquí conviene considerar que todo texto (y la cultura en general) constituye algo inventado, y que sus límites con la realidad pueden desdibujarse -de hecho generalmente  lo hacen-, por lo que muy fácilmente nos hallamos en un mundo ficcional en el que terminamos por cooperar. Llevado a lo cotidiano y la cultura de masas, esto abre una cuestión clave: el de nuestra capacidad de lectura y apropiación de la cultura que, en el peor de los casos, degenera en errores o aberraciones, es decir, aquellos momentos en los que la interpretación deforma el sentido del texto: o bien termina en una interpretación innecesaria o bien ésta simplemente resulta insuficiente. Un ejemplo podría ser:


 

      Así, y regresando a lo literario, Eco señala que todo texto se presenta necesariamente incompleto pues, en tanto que no puede abarcar toda la densidad del mundo, sus descripciones son necesariamente más rápidas y "reales" que nuestro entorno. Y es a partir de dichas limitantes que resulta posible agotar dichos textos en toda su extensión.  

     Nuevamente, pasando de lo literario a la "realidad cotidiana", y considerando que generalmente ésta puede resultarnos demasiado compleja o abrumadora, toda narrativa aparece como una interpretación parasitaria que, al concentrarse en un tema específico del mundo, nos ofrece una salida sencilla sobre cómo afrontar dicho tema -y el mundo en general-, donde el estar vivo tiene sentido y lo importante es fácilmente reconocible: es aquello que nos dicta la narración.


     Con lo anterior se establecen, en principio, 2 tipos de lectores:
  • El lector empírico. El más general de los lectores (y que nos incluye a todos), es decir, aquel que lee un texto sin seguir reglas ni tener motivos precisos, pues generalmente lee sólo para dar paso a sus emociones, lo que resulta fácilmente aprovechado por el autor.
  • El lector modelo. Que, ateniéndose a las reglas de lectura, reconoce el carácter lúdico de la interpretación y llega incluso a generar nuevos procesos de lecturas.
     En ambos casos, hay que señalar que es el lector quien le otorga al texto cierto principio de confianza (sin tampoco ser excesivo: sería sumamente aburrido esperar algo desarrollo académico en toda narración).  Así, actuando como lectores modelo y aunque sabemos que los lobos no hablan, lo aceptamos cuando dicho lobo forma parte de un texto como caperucita.

     Nuevamente, este "paralelismo" entre lo literario y lo cotidiano abre distintas cuestiones:  
  • ¿Cuántos de nuestros personajes "históricos" o ficticios no hacen sino legitimar nuestro presente y otorgarle un sentido universal? 
  • ¿Qué garantiza la veracidad de los datos históricos o de los medios masivos de comunicación? 
     Lo anterior no resulta ocioso si se considera que todo proceso de interpretación implica afinidades emotivas que, en el peor de los casos, resulta manipulado para hacernos creer que actuamos de una manera correcta.  

     Con esto, Eco distingue dos sentidos en la narrativa:
  • Aquel texto que no intenta sugerir, sólo prescribe. Es decir, que proyecta la visión de un mundo aparentemente "natural" y controlable, y reconforta más suponer que en él el narrador es sincero. Son textos que en su intento de pasar por reales, podrían compararse a enciclopedias que se limitan a la lectura sin necesariamente estimular ninguna exploración. Un ejemplo: 

   

  • El texto que busca igualar la complejidad del mundo.  Para Eco, éste ha sido el camino elegido por autores como Joyce, Dante, Döblin, etc., que partieron de un pasado (y futuro) para intentar reconstruir una realidad más dinámica y ambigua; que no pretende hacerse pasar por inocente y busca provocar al lector, haciéndolo incluso equivocarse en sus expectativas.


      De esta forma, si bien todo lector-modelo reconoce en los textos estructuras pertinentes para una hipótesis global acerca de su sentido, la complejidad de estos puede llevarle a otro nivel: el del descubrimiento de cómo construyó el autor su obra, y otorgarle -o no- con ello un cierto valor poético. 

     Obviamente, este segundo tipo de narrativa exige mayor actividad pero también le permite al lector liberarse de la preocupación por distinguir entre realidad y ficción o, más complejo, ficción y mentira.


     Se distinguen así 2 tipos de lectores y sus respectivos acercamientos a la cultura: aquellos preocupados por encontrar una salida segura al laberinto "casi policiaco" que les significa la realidad -para la que se han construido un autor-modelo llamado Dios- llegando incluso a aceptar gustosamente ser manipulados siempre y cuando "la lógica no se extralimite". 


     Claro que este tipo de lector también tiene sus grados y en el extremo más conformista se encuentra tan poco interesado en entender la cultura como un proceso de largo plazo que para él: "todo lo que no es presente es necesariamente pasado".

     El otro tipo de lector es el que, reconociendo en el texto un mecanismo de múltiples salidas, lo ve como un punto de partida para su propia interpretación (llegando incluso a hacer de éste una caricatura) que, a partir de distintas relecturas y reconstrucciones de la obra, busca identificar la intención y el estilo del autor.
     La pregunta entonces sería: ¿Cuáles son esos elementos a partir de los que se reconoce el estilo del autor? Eco señala al menos 2:
  • El tiempo.  Toda lectura -y su recorrido interpretativo- implica al menos 3 tiempos: un tiempo de lectura -hecha por el lector-, un tiempo de fábula -la historia que se cuenta- y un tiempo discursivo -enunciado al interior de la historia-. Así, textos demasiado sencillos muestran sólo una fábula lineal -pudiendo incluso carecer de trama- pero en un nivel más complejo los textos ofrecen diferentes tiempos, ritmos, énfasis, pausas o repeticiones que llevan al lector a cuestionarse sobre la intención de dichos juegos. Para Eco es el análisis de estos espacios el que permite distinguir entre el regodeo inútil (a la James Bond) que pretende convencernos de que leemos algo interesante y aquellas obras realmente valiosas.
  • Los diálogos. Pues permiten, ya sea a partir de su atmósfera, la unión de dichos tiempos (al menos, de la fábula y el discurso) con saltos hacia atrás -analepsis- o hacia adelante - prolepsis- que impiden identificar de manera clara dichos tiempos.
   Y así sigue el libro, bastante entretenido -al que le interesa, claro- pero creo que ya me extendí bastante y supongo que también sería bueno aplicar algunas cosas de las señaladas por Eco a un ejemplo concreto así que... 

     Y para cerrar el tema de las narraciones que nos resultan cercanas, alguien que -todavía- me representa muchísimo...



Saludos...